Pasando un poquito del rol y sus apasionantes derivados, he de contaros una anécdota de la que me he enterado recientemente. Hallábame yo charlando con mi viejo, cuando este, ebrio de Jonnhy Walker y ansiolíticos, me conto las aventuras de mi abuelo Walter González McPiloten, quien además de marinero y tratante blancas, tuvo su faceta glamurosa con unos pinitos en el cine.
Corrían los convulsos años 30 y la depresión se cebaba con el país. La esclavitud había sido abolida y el hambre y el escorbuto llamaban a su puerta cuando se le presentó una oportunidad que no pudo rechazar: Un elegante caballero con monóculo y sombrero de copa se lo encontró robando manzanas en el mercado y sorprendido por sus características físicas lo invitó a participar en una tournè de su circo ambulante. No dejó pasar la oportunidad y a partir de ahí su carrera como corista del legendario Gooble Gobble sufrió un ascenso meteórico.

Mi abuelo Walter González McPiloten a la izquierda del todo

No acabó sus días bailando y dando salititos en el circo, sino que sería más tarde contratado para la mítica La parada de los monstruos (Freaks, 1932), película donde compartiría cartel con otras estrellas del momento, como el hombre-oruga, la mujer barbuda o Rusty el famoso hombre sin piernas quien caminaba cual avestruz.
Tras semejante éxito volvió a la cruda realidad de intentar llegar a las manzanas de los puestos del mercado y fecundar hembras a traición. Fue así como inseminó a mi abuela, quien ciega de nacimiento, paseaba por el mercado cuando mi abuelo Walter la arrolló y violó tras el puesto de manzanas. Fue esa su última gran actuación.